CINE
DE VERANO
En los cementerios
bebimos un largo dolor de azucenas,
manadas de niños albinos preguntaron bajo el amianto de la Luna.
Teníamos veinte años en las
azoteas y en la sangre
paisajes subterráneos añadidos a cigarrillos de marca
americanos.
Escribían diminutos líquenes sobre los corazones tatuados,
Do you remember?
Saltamos entre las lapidas.
Después, en Carnaby street, nos alumbra la cicuta;
hay úteros con mimbre de neón advirtiendo como se desgajan
las frías corrientes que atraviesan el Hudson.
Hologramas,
con el chico marica en
un vaso de gin disecado, muslos
acribillados por imágenes
nucleares tan sedientas
de las quemaduras
que nos abrieron
las puertas de Nagasaki.
En las hogueras desnudábamos
esqueletos para seguir amamantando
la fiebre de los débiles niños probeta,
nacidos desprotegidos sin cascara, secados demasiado pronto sin la
placenta,
nos acostaríamos en los cines
a la espera de ser exterminados.
Necesitábamos apostar a las
puertas del cielo.
Genial
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